Justificación

Pocos mexicanos se preguntan cómo es que “el moro” aparece en nuestra baraja de la lotería, y aún menos se detienen a pensar que la figura del diablo, que en el imaginario popular, tiene largas barbas y ojos intensos y cejas imponentes, además de cuernos y una cara roja. Casi nadie se pregunta por qué la virgen Guadalupana se halla de pie sobre una luna creciente (hilal) de color negro. No parece trascendente que aproximadamente cuatro mil palabras del léxico español provengan del árabe, y que haya sido este idioma el primero en interpelar a los indios que las carabelas avistaron en territorios americanos.

El mexicano, en general, no ha identificado en cabalidad la dimensión de su múltiple mestizaje y, menos, el componente andálusi, a pesar de ser el descendiente de ese maridaje cultural. Donde antes fue la Nueva España, se percibe al Medio Oriente a través de la mirada simple del exotismo superficial o se le sujeta al marco del fanatismo religioso sin reconocer los rasgos comunes y compartidos y la estrecha relación que aún tenemos con el Oriente geopolítico.

Sin explicarnos por qué, muchas de nuestras danzas tradicionales, dramatizaciones y actos sacramentales se enfocan, desde hace siglos, en las luchas entre moros y cristianos, como si fuesen batallas entre el cielo y el infierno, confundiendo entre “lo moro” el componente judío. El mexicano no repara que en su arquitectura, gastronomía y léxico se encuentran plenos de inserciones de Al Ándalus que hasta ahora han permanecido sin explicación ni contexto.

El legado andalusí no se limita a la presencia árabe en España; otras culturas, como la judeo-española, la gitana (Rrom), la persa y la berebere (Amazig) le aportan a Al Ándalus este color iridiscente que se percibe también en México siglos después.

A pesar del contexto actual de la pandemia del COVID 19, la realización del Segundo Encuentro Internacional Supervivencias e imaginarios de al Ándalus en México es fundamental. Le da seguimiento al antecedente sentado en el 2019, donde por primera vez dialogaron en escenarios artísticos, académicos representantes de las culturas de origen y especialistas en el tema,  reinterpretando un capítulo compartido anterior a la historia de México e Iberoamérica, que había permanecido en la penumbra. Para los mexicanos es una oportunidad única de darle sentido a un origen que hasta ahora permanece desdibujado y que vale la pena entender y clarificar: en marzo del 1519, Hernán Cortés, inició la conquista de la Nueva España, maniobra que concluyó con la toma de Tenochtitlán en agosto de 1521. Para la conmemoración de los quinientos años del encuentro entre dos mundos, México debe cobrar conciencia de que además de la conquista hubo tesoros valiosos que le fueron heredados a su ya vasta urdimbre cultural. A este objetivo específico de dirige el presente encuentro: sentar las bases de ese enorme mestizaje étnico y cultural que conforma lo que hoy es nuestra laberíntica identidad mexicana. Para el mundo, este trabajo interdisciplinario comparte y atestigua el encuentro y trascendencia de sangres diversas, celebrando una coordenada humana que aún en el siglo XXI sigue y seguirá generando nuevos imaginarios.